Thursday, November 14, 2013

Piglia: Cortázar y los monstruos

El coleccionista... Desde el narrador de “Las puertas del cielo” (Bestiario, 1951) que acumula fichas y datos sobre las costumbres y reacciones de las clases bajas (“los monstruos”) de Buenos Aires, al círculo de fans que forma un club de admiradores de una estrella de cine (en Queremos tanto a Glenda, 1980) se diría que el hombre cortazariano por excelencia es el coleccionista, es decir, alguien que sustrae los objetos del mercado, los clasifica y mantiene con ellos una relación apasionada y exclusiva.

Marcas. Algún día habrá que hacer el catálogo de los nombres, los lugares y las marcas que circulan por los textos de Cortázar: ese repertorio dibujará, sin duda, los rastros de una compulsión y dejará ver hasta qué punto su obra ha sido siempre fiel a esa pasión avara de apropiarse de la realidad a través del mercado. Desde esta perspectiva la obra de Cortazar podría ser leída como una épica del consumo o, mejor, como la aventura de un explorador experimentado y sagaz que trata de dejar su huella en la selva indiscriminada del mercado capitalista.

Dos trayectos. El movimiento de esa exploración es doble: por un lado es¬ta la búsqueda del objeto exclusivo y secreto que sostiene su valor en la rareza y en la originalidad; por otro lado se trata de descubrir y rescatar ciertos productos populares jerarquizados por su autenticidad y por la dignidad de su leve anacronismo: Xenakis y Rosita Quiroga, Hermann Broch y César Bruto, el gulasch y el mate amargo, el hachís y los particulares livianos. Si una serie es privada, refinada y se construye por acumulación, la otra serie es masiva, “natural” y se construye por selección y descarte. Se trata, en última instancia, de un vaivén entre vanguardia y populismo que puede rastrearse en el movimiento mismo de su escritura: lo que va del estilo “refinado” de “Axolotl” al tono directo y “popular” de “Torito”. Esa oscilación puede ser el punto de partida para reconstruir la historia dramática de la circulación de sus libros: quizás ahí se pueda empezar a entender el pasaje del elitismo de “Sur” a la confección de libros objeto (libros de coleccionistas) que se vendían en Buenos Aires para las fiestas.

Sociales. Habría que decir que hay una poética, una sociología y una moral del consumo en Cortázar: de hecho, la relación fundamental que sus personajes mantienen con la sociedad viene de ahí: la única división social que proponen sus textos se ordena sobre una jerarquía basada en el gusto. Los cronopios y los famas son dos categorías de consumidores y en Los premios, novela alegórica que condensa en un barco a toda la sociedad, la clase de los exquisitos (Mediano, Raúl, Paula) se opone a la clase de los mersas (los Presutti, Nora, Lucio).

Los héroes. En última instancia el personaje más representativo (habría que escribir: el héroe) de Cortázar es siempre el exquisito, capaz de distinguir en la maraña de las mercancías el objeto único que en su rareza expresa la calidad espiritual del conocedor que sabe apreciarlo. Porque este consumidor no es un comprador, es un esteta. Cortázar no es Roberto Arlt, en sus novelas se habla de objetos refinados y caros, pero no se habla de dinero. La apropiación es mágica y el gusto es una cualidad espiritual, un don, es decir, una espiritualización de la capacidad adquisitiva.

Costumbrismo metafísico. Escrito hacia 1948, “Las puertas del cielo” define bien esa mirada estética que determina la relación con lo social. La representación del mundo popular está marcada por la distancia y el desprecio, pero también por la fascinación. El protagonista es un cazador de experiencias, una especie de viajero que se interna en el infierno de las clases bajas. Hay una suerte de costumbrismo metafísico que relaciona a Cortázar con otros escritores de su generación (en especial con el Bioy Casares de El sueño de los héroes). El manejo de la lengua hablada, esa entonación oral que es una de las grandes virtudes del relato, representa en el estilo un tipo muy particular de tratamiento del mundo popular que tiene en los cuentos que Borges y Bioy Casares escriben en esos años con el seudónimo de Bustos Domecq su versión más exasperada.

Cabecita negra. “Las puertas del cielo” puede ser leído, por supuesto, como un relato sobre el peronismo. El mismo Cortázar ha reconocido la pertinencia de una lectura política del texto. “Un cuento al que le guardo algún cariño, 'Las puertas del cielo', donde se describen aquellos bailes populares del Palermo Palace, es un cuento reaccionario; eso me lo han dicho ciertos críticos con cierta razón, porque hago allí una descripción de los que se llamaban los 'cabecitas negras' en esa época, que es, en el fondo, muy despectiva; los califico así y hablo incluso de los monstruos, digo 'yo voy de noche ahí a ver a los monstruos'. Ese cuento está hecho sin ningún cariño, sin ningún afecto; es una actitud realmente de antiperonista blanco, frente a la invasión de los 'cabecitas negras' ”.

El otro cielo. Si por un lado el relato expresa a su manera la reacción frente a la presencia de las masas en la sociedad (y en este sentido no es casual que el narrador se apoye en Ortega y Gasset), por otro lado su trama y su resolución fantástica se tejen sobre el extraño encanto que produce el contacto con esa otra realidad. Las relaciones entre el observador refinado que colecciona experiencias (se llame Hardoy, Bruno, Oliveira o Medrano) y los personajes que (como Celina, el Johnny de “El perseguidor”, la Maga o el Atilio Presutti deLos premios) encarnan el mundo elemental y un poco monstruoso de la pasión y de los sentimientos, es uno de los núcleos básicos de la literatura de Cortázar. Ese mundo de los otros, de los monstruos, que invade y destruye el orden, contamina toda la realidad: la fascinación que produce ese contagio es uno de los grandes temas de la ficción de Julio Cortázar.

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